sábado, 8 de agosto de 2015

CÓMO TOMAR CAFÉ

El café se toma de memoria, de infancia adormecida acompañada de nostalgia, con un Raleigh que humea sin cesar frente al periódico, lleno de energía y ganas de aprender.
El café se saborea traguito a taguito, con el periódico enfrente, buscando en el intermedio la sabia mirada de la vida plena.

El café se prepara con diferente sazón en la mañana, lleno de energía recargada listo para el día por venir, con la seguridad de que se hace para soportar la devaluación, la crisis, la pérdida de la empresa familiar y la seguridad de que es indispensable iniciar nuevamente por las bocas que necesitan comer un día más.

El café se sazona diferente después de la comida, en el preámbulo de la siesta que busca hacer un hueco en el día para recargar las pilas antes de continuar.

El café se saborea con anticipación cuando se camina con la gran mano que sostiene por la calle al molino y se pide con exactitud: caracolillo y planchuela, molido grueso, justo para degustar, se anticipa el gusto semanal, el pecado permitido, el lujo amargo.

El café se toma de memoria, de desvelada en la facultad, tratando de arreglar el mundo, buscando un hueco personal, una calificación notoria, un puesto, un porvenir.
Se antoja una redacción complicada, un estudio inconcluso, un beso sazonado, un roce casual, un extra para la clase del día siguiente, una luna acompañada en el diario que no se compartirá.

Se antoja instantáneo en tiempos de crisis, expreso en tiempos de urgencia, capuchino en tiempos de amigas y el eterno americano, tan personal como el aliento.

El café se toma de memoria, de primeras citas, con rosas o canciones, sabe a beso, lento y profundo en un centro comercial, en la sala de la casa de mis padres, en los sitios emblemáticos de mi ciudad. Sabe a amor adolescente, creciente y maduro.

El café se toma de memoria, de ganas de volver a despertar acompañada por primera vez.

El café se prepara en automático, rutina que no cambia y no cansa, tan necesaria en la mañana como abrir los ojos y respirar, concientemente, estirar una mano, poner un pie en el mundo y accionar el “on” de la cafetera para arrancar un día más.

El café se vive en modo mamá, profesionista, esposa, escritora, amiga, confidente, terapeuta y Dios sabe que más, se saborea en la madrugada se anhela a medio día, se necesita en la noche cuando es requisito volver a circular.


Pero esencialmente el café se toma de memoria, de niña que acompaña a su papá a comprar caracolillo y planchuela, molido regular y después se sienta, pacientemente, al otro lado del periódico, inundando sus pulmones con el aromo adictivo de la infusión y el Raleigh que humea, a esperar que el periódico baje para darle una mirada y una lección de vida.

sábado, 1 de agosto de 2015

Café para escribir.

O cualquier cosa que te sirva para evocar poderosamente un estado de ánimo propicio para que la mano se conecte con la pluma y el papel, para mí es el café.

Como poderoso evocador de recuerdos y sensaciones que es el olfato, el café conecta en mí una sensación imposible de describir que me lleva al pasado, a un tiempo sin  memoria verbal pero lleno de sensaciones que me permite aflojar la pluma de manera casi espontánea. 

Confieso que, aunque seguramente con el aroma sería suficiente en determinado momento, pasé del gusto por el aroma al indiscutible gusto al paladar, así que ahora no me basta con poner la cafetera y disfrutar de las partículas que inundan el ambiente mientras el agua circula entre el café molido, ahora disfruto igual o más ese sabor amargo en la boca y me ayuda a aumentar mi conexión.

Poderoso es el olfato para crear sensaciones y recordar sentimientos, el café me lleva a ese estado en el que me es sencillo escribir, casi necesario, como si percibir el aroma urgiera a la pluma a ponerse en contacto con el papel, como si los caminos de las neuronas se unieran en mágico encuentro.

No se cuál sea tu veneno, tu aroma, tu detonante pero asegúrate que sea tan poderoso como el café para mí.